15 sept 2008

CRISIS DE MEXICO


El México de hoy es un país altamente polarizado con grandes niveles de pobreza, escaza infraestructura y una concentración de la riqueza cada vez más aguda. Estos problemas han  sido heredados por los gobiernos anteriores junto con sus políticas impuestas y para ser más explícitos por las crisis económicas que han golpeado  a nuestra economía.
En los años de 1950 a 1980 los indicadores de pobreza y desigualdad presentaron mejoras, sin embargo, a finales de los ochenta durante la crisis de la deuda la pobreza y desigualdad económica aumentaron. Tiempo después del año preciso de 1983 a la actualidad entrando a una economía neoliberal cuando se orientó a transferir a los agentes privados y al mercado se olvidó del crecimiento y desarrollo económico y mucho más se agudizo la inequitativa desigualdad económica.
En parte las crisis se explican por males decisiones de política económica y vulnerabilidad al comportamiento de variables macroeconómicas externas, como los precios internacionales del petróleo (1982-1986), tasa de interés y los flujos de capital (1994), y, por supuesto la dependencia económica y financiera  con Estados Unidos (2008).
Los costos de estas crisis junto con sus ajustes no afectaron de manera igual para todas las clases, recayendo de manera más negativa a  los grupos medios y a los pobres, una de las causas fue que durante las crisis los ingresos salariales cayeron más que los ingresos no salariales como las ganancias y las rentas principalmente.
La liberalización comercial factor que aumento la diferencia salarial entre trabajadores calificados y no calificados, además que fomento la disparidad de ingresos y apoyos públicos entre el sector agrícola e industrial.
La situación económica empezó a deteriorarse a mediados de los años sesenta, uno de los factores, es que debido a que la expansión del gasto público no fue acompañada por incrementos en la recaudación, el déficit fiscal creció junto con él aumento el déficit de la cuenta corriente y la tasa de inflación que para 1976 resulto en una crisis de balanza de pagos, financiados con endeudamiento externo. Además de la intervención más activa del estado, cuestiones políticas, el sector privado recurrió a la fuga de sus capitales.
Esta recepción fue de corta duración debido al descubrimiento de cuantiosas reservas petroleras aumentaron los proyectos de inversión del sector privado y del estado, sin embargo los recursos generados por la producción y venta de petróleo no fueron bien utilizados.
Cuando a mediados de 1981 los precios internacionales del petróleo cayeron, la balanza de pagos sufrió un desequilibrio debido a un peso sobre valuado, las expectativas de un flujo de ingresos públicos fomentaron un déficit fiscal. Aumentándolo entre 1978 a 1981 de 6.7% a 14.1% como proporción del PIB. Además las tasas de intereses internacionales alcanzaron niveles altos.
En 1982 ya alguien dispuesto a prestarle a México, lo que el gobierno tuvo que declararse en una suspensión “involuntaria” de pagos, y como ya no pudo seguir endeudándose para mantener el peso, tuvo que devaluarse. La producción disminuyo  0.6% y la inflación subió a 98.8%.
El gobierno en turno propuso e impuso un aumento en la recaudación de impuestos y una redición en el gasto público, además de la meta de reducir la inflación lentamente, pero de manera constante, después de varios intentos fallidos, una crisis en la balanza de pagos en 1985 y la recesión del precio del petróleo en 1986, el proceso empezó a rendir frutos bajando notablemente la inflación debido al Pacto de Solidaridad Económica.
En 1991 la inflación cerró 18.8%, y la tasa de crecimiento del PIB se estimaba de 3.6%. Dicha recuperación no garantizo que fuera sostenible y los problemas se acentuaron en la transparencia de las estadísticas y las prácticas de los bancos comerciales. Los inversionistas cambiaron su punto de vista sobre la economía mexicana, lo que llevo a salidas masivas de capital, lo que ocasionó, junto a la apreciación del peso una crisis en el sector financiero.
Junto ante lo anterior y el error de diciembre en 1994, deterioro del empleo y el alza de las tasas de interés, ocasionaron un aumento en la cartera vencida en los bancos, produjo la devaluación del peso, y causo problemas de inflación, aumento en las tasas de interés, desempleo aumento de la deuda local como extranjera, pobreza y desigualdad económica. 
Después graves crisis económicas vividas en México durante los últimos tres sexenios, de imponer políticas económicas neoliberales; liberalización de comercio exterior, del sistema financiero y la inversión extranjera aplicando disciplina macroeconómica apostando al control de la tasa de inflación y balance fiscal, olvidando la tasa de empleo y de crecimiento, incrementando la desigualdad económica.
En México, la expectación y el miedo por una probable inestabilidad en diciembre de 2000, se hacía palpable entre la sociedad mexicana, nada más recordar la devaluación y la pérdida del poder adquisitivo por parte del peso mexicano en diciembre de 1994, provocaba tener presente que ésta crisis no sólo afectó a los mexicanos, sino fue de repercusiones mundiales, es decir, por el “efecto tequila”, que perturbo las débiles economías de muchas naciones.
Los resultados macroeconómicos observados en 2000, especialmente los relativos a inflación y crecimiento, excedieron aún las proyecciones más optimistas. El crecimiento real del PIB alcanzó 6,9 por ciento, muy por encima de la meta de 4,5 por ciento que se estableció al fin de 1999, y la inflación fue de 9 por ciento, por debajo de la meta de 10 por ciento, se logró reducir la tasa de crecimiento demográfico y alcanzar una población de 100 millones en vez de los 130 millones proyectados en la tasa de crecimiento demográfico de 1976, la calidad de vida se ha deteriorado cada sexenio más.
Existen sin embargo aspectos que merecen atención, entre ellos un posible sobrecalentamiento de la economía reflejado en un fuerte aumento en el gasto interno. Conscientes del problema, aplicaron una política monetaria restrictiva que complementaron con una política fiscal también restrictiva en 2001. Además, la desaceleración de la economía estadounidense afecto las exportaciones mexicanas. Por lo tanto, no se sostuvo el alto crecimiento observado en 2000.
Además de otros desafíos que incluyen: la dependencia de la economía a Estados Unidos, así como de los ingresos públicos, los ingresos del petróleo, problemas en el sistema judicial para hacer respetar los derechos de propiedad, debilidades en el sistema financiero, y la puesta en marcha de una organización institucional que permita reducir la pobreza, un objetivo clave de la nueva administración.
El país se planteó y debería replantear varios objetivos por cumplir para mejorar la calidad de vida y la distribución equitativa del ingreso, como por ejemplo: una reforma fiscal integral, cuyos objetivos sean favorecer impuestos al consumo, recayendo a las ganancias en lugar del ingreso, simplificación administrativa, el estímulo al ahorro y la inversión, la reducción de la evasión fiscal y la integración de la economía, reforzando la confianza de la gente mediante la demostración de transparencia en la recaudación y gasto de los ingresos.
En el campo proveer a los campesinos de oportunidades para hacer de su actividad agropecuaria un negocio rentable, desarrollo y apoyo tecnológico, mejoramiento de los mercados, desarrollo organizacional y apoyo e intervención de un gobierno responsable con políticas activas, además de microcréditos y apoyo de una banca social e impulsar modelos de desarrollo local. Una verdadera política social.
El contagio fue rápido y pese a no ser esta vez causante de la crisis, los efectos se mostraron más en México junto a las demás economías emergentes. El pánico de los ahorradores nuevamente ha ahuyentado los capitales, subiendo el grado de riesgo de la deuda soberana de estos países, encareciendo el  crédito externo y haciéndolo más escaso. 

15 may 2008

ENSAYO REFLEXIONES SOBRE LA PROPUESTA MONETARIA DE HAYEK* Alberto Benegas Lynch (h)



ENSAYO
REFLEXIONES SOBRE LA PROPUESTA
MONETARIA DE HAYEK*
Alberto Benegas Lynch (h)
Aun cuando los procesos inflacionarios en el mundo se han moderado
en la última década, la inflación sigue siendo una preocupación
importante entre los economistas. Muy pocos discuten que la misma
está asociada a aumentos indebidos en la cantidad de dinero. Muchas
veces, estos aumentos han tenido su origen en factores de índole
política. Por ello, no es de extrañar que elementos de carácter institucional
hayan sido incorporados al análisis de la inflación. Entre éstos
destacan los bancos centrales independientes, los que se perciben
como un elemento indispensable en el control de la inflación. En este
ensayo, el profesor Benegas Lynch, recurriendo a Hayek, rechaza la
idea de que un banco central independiente sea una garantía de baja o
nula inflación. La propuesta monetaria de Hayek, enunciada por vez
primera hace exactamente veinte años, ve en un mercado competitivo
del dinero la única garantía institucional de baja o nula inflación.
Hayek sostenía que así como los productores de bienes compiten a
través de los precios, los “productores” de dinero harán lo mismo. Si
se considera que el precio relativo del dinero es la inflación, la
Estudios Públicos, 59 (invierno 1995).
ALBERTO BENEGAS LYNCH. Miembro de la Academia Nacional de Ciencias de la
Argentina. Profesor de Análisis Económico en la Universidad de Buenos Aires. Dirige la
institución de posgrado ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas)
y es autor de numerosas publicaciones.
* Traducción de la versión inglesa del trabajo que el autor presentó en septiembre de
1994, en Francia, en la reunión general de la Mont Pelerin Society, institución de la que el
autor ha sido vicepresidente del Consejo Directivo.
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competencia en este mercado conduciría al objetivo deseado. La
pregunta que surge es si el mercado del dinero puede llegar a ser
competitivo. El autor revisa algunos de los principales argumentos
que hablan de la imposibilidad de competencia en este mercado y
sostiene que ellos carecen de fundamento.
El dinero es el juego de dados de los políticos.
(Diógenes, s. IV a.C.)
l ciclo económico es inseparable de la manipulación monetaria,
lo cual, en última instancia, significa que las fases del ciclo son inseparables
de la política monetaria. Toda política monetaria inexorablemente altera los
precios relativos, lo cual, a su vez, conduce a una mala asignación de los
siempre escasos factores productivos. La política monetaria expansiva, ceteris
paribus, hace que, a corto plazo, la tasa de interés sea menor de la que
hubiera sido en ausencia de la referida expansión, lo cual aparenta un
cambio en la preferencia temporal, es decir, aparenta que hay mayor ahorro
disponible. Esta tasa de interés artificialmente deprimida induce a que se
invierta en proyectos aparentemente atractivos, pero en verdad antieconómicos.
Son proyectos que requieren mayor período de espera, es decir, inversiones
en bienes de orden superior en los que el proceso productivo demanda
mayor tiempo. Esto implica una ampliación longitudinal. Pero como en
realidad no hay mayor ahorro disponible y la preferencia temporal no se
modificó, las acciones subsiguientes en el mercado tenderán a restablecer
las relaciones correspondientes a la estructura real del capital disponible.
Esto último pondrá en claro el proceso de inversión ineficiente mostrando
que quienes sobreinvirtieron en áreas antieconómicas deban liquidar operaciones
como consecuencia de haberse subinvertido en otras áreas. Como es
sabido, la primera etapa de inversión ineficiente se denomina “boom”, mientras
que a la segunda de reajuste o saneamiento se la identifica con el
“crack”. Todo este proceso, como queda dicho, no es sólo consecuencia de
las modificaciones artificiales en la tasa de interés sino de las distorsiones en
toda la estructura de precios relativos. Sin duda que si se pretende disimular
la depresión con subsidios a empresas y actividades quebradas, inflexibilidad
en los salarios o intervenciones gubernamentales adicionales en el mercado
financiero y bancario, la situación se agravará, ya que no solamente
habrá que tener en cuenta los efectos nocivos que tales medidas acarrean,
sino que se prolongará el período de ajuste debido a la acumulación de
despilfarros adicionales de capital. En alguna oportunidad se ha sostenido
E
ALBERTO BENEGAS LYNCH 267
que la primera etapa del ciclo provoca “ahorro forzoso”. Debe tenerse en
cuenta, sin embargo, que la expresión “ahorro forzoso” constituye una contradicción
en términos. Ahorro es abstención de consumo debido a que se
estima que el valor futuro es mayor que en el presente. En el caso que nos
ocupa no hubo ahorro adicional de ninguna naturaleza ya que, como queda
dicho, se produjo despilfarro debido a la alteración de las señales de mercado.
Hayek (1929, 1975: 41) pone especial énfasis en señalar los cambios en
la estructura real de producción operados debido a causas monetarias. Sostiene
que este punto referido a los cambios en la estructura real lo separa de
aquellos que atribuyen las causas del ciclo a aspectos vinculados al valor del
dinero. Sostiene que esta separación es incluso más profunda que la que
mantiene con aquellos que atribuyen orígenes no monetarios al ciclo.
Monopolio gubernamental
Hayek elaboró una propuesta (1976) monetaria que contrasta abiertamente
con sus posiciones anteriores en la materia, descriptas en varios de
sus trabajos. Su posición anterior, en la que enfáticamente señala la conveniencia
de mantener el monopolio gubernamental en materia monetaria, se
encuentra especialmente detallada en el capítulo XXI de su obra titulada
nada menos que The Constitution of Liberty. Este cambio en su posición tal
vez no haga más que confirmar su propia teoría de la evolución, teoría a la
que todos estamos sujetos, ya que el conocimiento, en última instancia, no
es más que un azaroso peregrinaje en busca de reducir nuestra inmensa
ignorancia en un proceso constante de prueba y error en la esperanza de
incorporar algo más de tierra fértil en qué sostenernos.
Esta nueva propuesta ya la había anunciado un año antes en una
conferencia que tituló “Choice in Currency: A Way to Stop Inflation”, idea a
la que en lo fundamental Klein (1975) ya se había referido con anterioridad.
En esta última versión, Hayek mantiene que “[...] se debería eliminar el
monopolio gubernamental de la moneda [...]” (1976: 13) y señala que constituye
un hecho basado en un puro mito la prerrogativa que otorga a los
gobiernos la facultad monopólica de ocuparse de la moneda (1976: 27). Uno
de los subtítulos del trabajo que estamos comentando, “El buen dinero sólo
proviene del interés personal, no de la benevolencia”, revela que Hayek
amplía al campo monetario el concepto de orden espontáneo desarrollado
originalmente por la Escuela Escocesa. Concepto que, como es sabido,
Hayek ha elaborado cuidadosamente para aplicarlo al mercado y, juntamente
con Bruno Leoni, también al concepto del derecho para distinguirlo de la
268 ESTUDIOS PÚBLICOS
mera legislación. En el caso de la moneda, Hayek retoma la tradición de
pensamiento iniciada por Carl Menger y continuada por Ludwig von Mises.
La retoma y expande notablemente las implicaciones lógicas de los postulados
presentes en aquella corriente de pensamiento. También Hayek menciona
el ejemplo del lenguaje como parte del orden espontáneo, ejemplo originalmente
referido por Bernard Mandeville en el sexto diálogo de su The
Fable of the Bees.
Hayek comienza con reflexiones referidas al Mercado Común
Europeo y a lo que considera resultará en una estructura más segura y
eficiente: contar con las diversas monedas de la región con libertad de
operar en cualquier parte, en lugar de imponer una única moneda manipulada
por una autoridad suprarregional. A partir de estas consideraciones es
que Hayek indaga en las posibilidades de permitir que emisores privados
también compitan. Esto último Hayek lo considera como un formidable
reaseguro para preservar la salud de la moneda. Los mismos inconvenientes
de otorgar patentes monopólicas a otras áreas, Hayek los extiende a la
moneda. Muestra cómo a través de la historia los gobiernos han explotado
sistemáticamente el monopolio de la moneda en beneficio propio y en
perjuicio de la población. Se refiere a los recortes en las monedas durante
el Imperio Romano, al caso del papel moneda en China, según se desprende
de los testimonios de Marco Polo, y a la peregrina idea concebida
durante la Edad Media por la que se sostenía que en verdad son los gobernantes
los que le otorgan valor al dinero, idea luego desarrollada extensamente
por G. Knapp en su libro traducido al inglés con el título de State
Theory of Money, obra que tuvo notable influencia en Alemania y en muchas
otras partes del mundo intelectual. Entre otros que explicaron el significado
del valor del dinero en base a la teoría de la utilidad marginal,
Mises lo hizo a través de su teorema de la regresión monetaria (1912,
1962: Segunda Parte, Secc. IV) y poco más de dos décadas después Anderson
efectuó un excelente resumen del tema y de los debates que se
suscitaron en torno a él (1936: esp. caps. I y V).
Competencia de monedas
Hayek explica que el curso forzoso constituye un privilegio para los
gobiernos que necesariamente se traduce en un perjuicio para la gente,
puesto que, de no existir, las partes en un contrato podrían acordar los
activos monetarios que consideren mejor para salvaguardar del mejor modo
sus respectivos intereses. Sostiene que la necesaria eliminación del curso
ALBERTO BENEGAS LYNCH 269
forzoso no es obstáculo para que los gobiernos decidan en qué moneda se
pagarán los impuestos, pero cada persona hará sus arreglos contractuales en
base al dinero que le merezca mayor confianza y, así, las monedas que
ofrezcan los atributos más atractivos a criterio de la gente serán las más
usadas. De este modo, los incentivos operan fuertemente para que los abastecedores
privados se esmeren en ofrecer lo que los clientes demandan en un
proceso de competencia abierta. En este contexto, los tribunales, en sus
respectivos fallos, establecen los tipos de activos con los que se deben
cancelar deudas. Hayek sostiene que la teoría de la soberanía desarrollada
por Jean Bodin en el siglo XVI, y luego aplicada a la moneda, ha resultado
nefasta para una adecuada comprensión del significado del dinero y ha
facilitado la entronización de errores y falacias que permiten que los gobiernos
usen del poder que les brinda el monopolio de la moneda para explotar a
los gobernados. En otro de sus trabajos posteriores al que estamos comentando,
Hayek (1979) dice que
Creo que es muy urgente que se comprenda rápidamente que no
existe justificación en la historia para el monopolio gubernamental
de la emisión de moneda. [...] Desde que este privilegio fue otorgado
a los gobiernos como una prerrogativa real, esta se ha utilizado para
silenciar a los gobiernos —no para darle a la gente buena moneda
sino para que el gobierno tenga acceso a una canilla para producir
moneda—.
Hayek (1976) se detiene a considerar las ventajas de abrir las posibilidades
para que emisores privados puedan colocar sus respectivas monedas,
respaldados en la confianza que sus marcas sepan conquistar y mantener en
el mercado en base a los mismos razonamientos que sirven de sustento para
otros bienes y servicios. Considera que constituye un error el suponer que
necesariamente habrá una sola moneda en cada región. Por eso explica que
la moneda debe ser considerada más bien como un adjetivo y no como un
sustantivo (1976: 47). Dice que la preservación de las características centrales
de la moneda que se desprenden del uso como medio de intercambio
(unidad de cuenta, pagos futuros y liquidez) se logran a través de un sistema
competitivo y abierto en el que la gente decide qué es y qué no es dinero.
Asimismo señala cómo se ha pretendido desacreditar la competencia de
monedas a través de una interpretación errada de la Ley de Gresham. Esta
ley enseña que la moneda mala desplaza a la buena siempre que se establezca
control de cambios, es decir, cuando se impone el sistema denominado
bimetalismo. En otros términos, esta ley no tiene aplicación cuando hay
libertad de cambios, esto es, monedas paralelas. En verdad Hayek mantiene
270 ESTUDIOS PÚBLICOS
que son muy diversos los pretextos para no permitir la libertad de contratación,
pero todos apuntan a la defraudación de la gente (1976: 28), ya que
sostiene que no constituye una exageración afirmar que la historia es la
historia de la inflación generada por los gobiernos para su propio provecho
(1976: 27). A criterio de Hayek, esto último es la base del sistema keynesiano
que reitera y agrava viejos errores en materia monetaria y laboral (1972:
192) a lo que se han agregado visiones tales como la llamada “inflación de
costos”, como si se pudieran inflar los precios sin una dosis adicional de
moneda (1976: 75-76).
Hayek concluye describiendo lo que fueron las ventajas del patrón
oro (que rigió aproximadamente desde el Congreso de Viena hasta la primera
guerra mundial, lo cual debe ser claramente distinguido del pseudo-patrón
oro que se institucionalizó especialmente a partir de los Acuerdos de Génova
y Bruselas de 1920 y 1922), pero sostiene que se puede hacer mucho
mejor que eso sin el monopolio gubernamental de la moneda, para lo cual
debe abandonarse la política monetaria, el llamado “fine tuning” y tales
cosas como “la cantidad óptima de dinero” (1976: 78-79). Para lograr este
objetivo subraya Hayek que debe realizarse “[...] una enorme tarea educativa
[...]” (1976: 101) apuntando a la abolición del monopolio estatal sin
gradualismos de ninguna naturaleza (1976: 93-94) puesto que
[L]a inestabilidad de la economía es una consecuencia de excluir del
mercado el mecanismo estabilizador más importante del mercado
cual es la moneda. (1976: 79)
Efecto boomerang
Sin embargo, si bien aparentemente constituye un paso importante en
la buena dirección, resulta insuficiente la eliminación del monopolio gubernamental
de la moneda. Debe sacarse por completo al gobierno del área
monetaria y bancaria por las mismas razones que es aconsejable esa medida
en el abastecimiento de otros bienes y servicios. Si no se retira el abastecedor
gubernamental, inexorablemente utilizará los resortes que el aparato
político le brinda para poder “competir” con mayor éxito, lo cual, a su vez,
redunda en perjuicio de la actividad privada. Si se asegura que el gobierno
no recurrirá a los antedichos resortes políticos, ¿cuál es la razón para mantener
al gobierno en el área en cuestión? Si se sostiene que se desea una
genuina competencia, ¿por qué no competir? Pero para proceder en ese
sentido se hace necesario operar en el mercado, ya que la competencia no es
ALBERTO BENEGAS LYNCH 271
un mero simulacro o un pasatiempo sino un proceso que requiere que la
asignación de recursos sea conforme a las diarias votaciones del público
consumidor según sean sus preferencias y escalas valorativas. La “competencia”
entre el sector público y el privado resulta un engaño y frecuentemente
conduce al peligro de transmitirle a la gente una perspectiva sumamente
distorsionada, ya que puede interpretar como un éxito la acción del
sector público frente al privado, sin percibir que dicho “éxito” se debe,
precisamente, a la utilización de los resortes que brinda el aparato político a
través de regulaciones y otras medidas que pueden pasar inadvertidas a la
opinión pública. Esta situación le otorga una posición preponderante al
sector público, lo cual prepara la situación para que el gobierno vuelva a
tener con más fuerza aún el monopolio, sea de facto o de jure, ya que ha
“demostrado” su superioridad en la materia con lo que aquel aparente primer
paso en la buena dirección se puede convertir en un efecto boomerang.
Causas endógenas y exógenas
Como es sabido, los precios son los indicadores con que cuenta el
mercado para transmitir información. Los precios, por ende, deben modificarse
según se modifiquen los gustos, las preferencias, las modas, accidentes
climáticos y cualquier otro suceso que nazca y se desarrolle en el seno del
mercado. Estas modificaciones en los precios relativos las denominamos
fenómenos endógenos. Sin embargo, cuando los gobiernos emiten o contraen
moneda los precios se alteran, es decir, los indicadores no se modifican
como consecuencia de fenómenos que aparecen o que tienen lugar en el
mercado, sino que se modifican debido a una decisión política. Se trata de
fenómenos exógenos. Es por esto que nos referimos a alteraciones y no a
cambios en los precios relativos. Aquellas alteraciones en los precios relativos
malguían a los operadores económicos, lo cual se traduce en consumo
de capital, que, a su vez, conduce a la disminución de salarios e ingresos en
términos reales.
Lamentablemente, la definición más común de inflación sigue siendo
“el aumento general de precios”. Esta definición adolece de dos defectos
graves. En primer lugar, si el aumento de precios fuera general, no
habría problema con la inflación. El salario es también un precio y si
aumenta al mismo ritmo que el resto de los precios, el problema se circunscribiría
a que eventualmente habría que modificar la cantidad de dígitos
posibles en las máquinas de calcular, las columnas en los libros de
contabilidad o habría que encontrar nuevos procedimientos para transpor272
ESTUDIOS PÚBLICOS
tar mayores volúmenes de dinero. Pero si todos los precios aumentaran (o
disminuyeran) al unísono, no se producirían los desequilibrios característicos
de la inflación. Para lograr este efecto habría que imaginarse algo así
como que los gobiernos contratan helicópteros y tiran la masa monetaria
simultáneamente sobre toda la población en la misma proporción a sus
ingresos y suponiendo que sus preferencias temporales se mantuvieran inalteradas.
Pero igual que el falsificador privado, no reporta ninguna ventaja
para el falsificador legal que antes de emitir un dólar le entregue el equivalente
a cada uno de los integrantes de la comunidad. No reporta ninguna
ventaja para los falsificadores puesto que apuntan a apoderarse ilegítimamente
de riqueza a través de una transferencia coactiva de ingresos, lo cual
no se logra con el procedimiento apuntado. Por esto es que se alude a las
distorsiones en los precios relativos. Cuando la nueva moneda se va irrigando
por el mercado va tocando en distintos momentos diversos sectores,
lo cual altera en diversas proporciones y en diversos momentos los indicadores
de mercado. En segundo lugar, la inflación no es el aumento de
precios. La inflación es la expansión de moneda debido a fenómenos exógenos.
Lo que sucede con los precios es el efecto de la inflación. Del
mismo modo se ha dicho que la temperatura es el efecto de la infección
pero no es la infección.
Es útil reservar la expresión inflación para las alteraciones que se
suceden debido a fenómenos extracatalácticos, de lo contrario podría aludirse
a una inflación buena y a una inflación mala. El primer caso estaría
dado cuando, por ejemplo, el mercado elige el oro como moneda y se
descubren yacimientos auríferos en todas las esquinas de la ciudad. Ceteris
paribus, la utilidad marginal del oro bajará y se tenderá a sustituir el oro
por otra moneda, pero, en todo caso, este sería un suceso que apareció
dentro del mercado, lo cual debe distinguirse de decisiones políticas. También
cuando la gente le otorga mayor valor a la unidad monetaria, su
precio (poder adquisitivo) tenderá a subir, lo cual le está transmitiendo una
señal al productor de esa moneda para que expanda la producción de la
misma. Esto último es una expansión querida por el mercado, esto es,
debido a un fenómeno endógeno. Referirse a esto como la inflación buena
confunde. Cuando hay un terremoto y se destruye buena parte de los bienes
hasta entonces disponibles y se mantiene la misma cantidad de dinero, los
precios se modificarán, ya que habrá mayor cantidad de dinero “persiguiendo”
una menor cantidad de bienes. Pero no ayuda a clarificar los
problemas monetarios si afirmamos que el terremoto es inflacionario, del
mismo modo que no decimos que caídas en la productividad producen
inflación.
ALBERTO BENEGAS LYNCH 273
Tal vez sea oportuno a esta altura una brevísima digresión para dejar
consignado que cuando decimos “el mercado requiere, o el mercado decide”
estamos aludiendo a específicas acciones de específicos individuos. Nos
estamos refiriendo concretamente a arreglos contractuales libres y voluntarios
entre partes. De lo contrario, puede incurrirse en las mismas hipóstasis
que tanto daño y tanta confusión han provocado a través de quienes se
refieren a las concepciones antropomórficas de “la nación demanda, el
pueblo piensa o el Estado decide”.
Autoridad monetaria
Debemos ahora centrar nuestra atención en la llamada autoridad
monetaria, habitualmente conocida como banca central, con una mención
introductoria referida al Banco de Inglaterra. No hace tanto tiempo que
apareció en escena el banco central. El primer antecedente data de fines del
siglo XVII (1694) en Inglaterra. William Paterson coordinó un looby para
establecer el Bank of England a los efectos de financiar los déficit de la
corona comprando títulos gubernamentales que el mercado no quería adquirir
(vid. Clapham, 1958). El rey y miembros del Parlamento también eran
accionistas y se le otorgó al banco el curso forzoso y el privilegio que todos
los depósitos del gobierno deberían colocarse en ese banco. Ya en 1696 el
gobierno le otorgó por primera vez la posibilidad de suspender los pagos en
metálico. Como dice V. Smith (1936: 19) “Ha sido siempre una institución
protegida y privilegiada [...]”. A esa altura, como señala Clapham: “Los
billetes bancarios no eran aún la moneda del rey pero estaban cerca de
serlo” (1959: I, 50). Mucho más adelante, la llamada liberalización en 1826
incluía el otorgamiento del monopolio hasta 65 millas a la redonda de
Londres. En 1844, la célebre Peel Act, influida por la Currency School,
estableció el 100% de encaje limitado a los billetes bancarios y no para los
depósitos en cuenta corriente, lo cual no terminó con la reserva fraccional
como se pretendía y, junto con el otorgamiento de mayores poderes al
Banco de Inglaterra, condujo a que se tuviera que suspender el Peel Act en
1847. Seguramente fue H. Thornton quien en esa época aportó más elaboraciones
teóricas para hacer de apoyo a la idea de la banca central (vid. Rist,
1945, cap. IX), idea que fue aproximadamente la misma en los otros bancos
centrales del mundo, la mayor parte de los cuales fueron establecidos durante
el presente siglo.
La autoridad monetaria puede decidir entre tres caminos posibles: a
qué tasa va a expandir, a qué tasa va a contraer, o si va a dejar inalterada la
274 ESTUDIOS PÚBLICOS
masa monetaria. Cualquier decisión que adopte estará distorsionando los
precios relativos como consecuencia, precisamente, de su decisión política.
Si decide emitir al 7,8 (generalmente se establecen las cifras con decimales
para impresionar más vivamente al lego aunque no haya argumento racional
para la decisión), se distorsionarán los precios relativos debido a la decisión
política de emitir al 7,8. Si se decide contraer al 2,4, los precios relativos se
distorsionarán debido a la decisión política de contraer al 2,4. Si se decide
dejar inalterada la masa monetaria y el mercado hubiera decidido contar con
mayor cantidad de moneda, se estará en un proceso deflacionario. Si, en
cambio, el mercado hubiera preferido contar con una cantidad menor de
dinero, se estará en un proceso inflacionario. Si se dijera que la cantidad que
la autoridad monetaria decidió dejar inalterada es, justamente, la que quería
el mercado, debemos preguntarnos para qué se entrometió la autoridad
monetaria si hizo lo mismo que hubiera hecho la gente sin tener que recurrir
a la fuerza ni en gastos administrativos innecesarios. Pero la única manera
de saber qué es lo que la gente hubiera preferido es dejarla que revele sus
preferencias. En otros términos, la autoridad monetaria necesariamente se
equivoca, no puede acertar en su decisión. No porque sus representantes
necesariamente estén imbuidos de malas intenciones ni por incompetencia
profesional, se debe a la naturaleza del problema. Por esto es que no resulta
relevante el debate sobre si la autoridad monetaria debe o no ser independiente:
mientras tenga las atribuciones de autoridad monetaria se equivocará
puesto que sus decisiones serán distintas de las que hubiera adoptado la
gente y, como queda dicho, si son las mismas no tiene razón de existir. Me
extiendo en este análisis en otro de mis trabajos (1972, 1986: 307 y ss.).
Entonces, la diferencia de fondo entre la autoridad monetaria dependiente
de la independiente estriba en que esta última cometerá los errores independientemente.
Todas las consideraciones respecto de la presunción del conocimiento
y la arrogancia intelectual inherentes a la planificación centralizada
son aplicables al caso de la llamada autoridad monetaria.
Patrón oro y norma monetaria
Como se ha mencionado, el patrón oro clásico (y no el pseudo patrón
oro conocido como el patrón cambio oro) ha hecho de freno a los manipuladores
monetarios y, por tanto, permitió disciplina e independencia de los
siempre zigzagueantes criterios políticos. La consecuente estabilidad fue
incluso enfáticamente reconocida por Keynes (1923: 11-12) más de diez
años antes de su General Theory (en cuyo prólogo a la edición alemana, en
ALBERTO BENEGAS LYNCH 275
septiembre de 1936, el autor reconoció abiertamente que su teoría se aplica
“más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario”) y antes de que
bautizara al metal como una “vetusta reliquia”. Claro que no fue el primero
en denostar al metálico. Ese dudoso honor le cabe a Platón (vid. Schumpeter
1971: 341). Ni tampoco fue el primero en promover políticas inflacionistas.
En este sentido tiene prioridad el célebre John Law, quien en 1705 propuso
al Parlamento de Escocia un proyecto sustentado en la idea que como “[..] es
grande la influencia del numerario sobre el comercio, se reconocerá que no
hay otro medio para mejorar nuestra condición que el aumento de nuestro
numerario [...]” (cit. Rist 1945: 45). Esta propuesta no tuvo acogida en
Escocia pero Law insistió en Francia en 1716 y la adopción de su esquema
provocó una de las mayores debacles financieras en ese país (V. Smith,
1936: cap. IV). En no pocas ocasiones se ha sostenido que es un desperdicio
de recursos el buscar oro en las profundidades de la tierra para luego
colocarlo en las profundidades de las cajas fuertes de los bancos y que, por
tanto, podía ahorrarse la diferencia recurriendo al papel moneda sin respaldo
con tal que estuviera “bien manipulado”. Entre otras cosas este tipo de
argumentación pasa por alto que, al igual que los costos adicionales de
cerraduras y alarmas, la contrapartida de mayores erogaciones se traducía en
un sistema de mayor seguridad nada menos que para la preservación de los
activos de la gente. Esta es la razón por la que se usaba el oro como dinero.
De todos modos, los economistas podremos tener nuestras preferencias
respecto a la calidad y a las ventajas de una moneda sobre otra, pero lo que
no deberíamos poder es imponer nuestros criterios monetarios sobre nuestros
congéneres y en esto consiste el sistema que permite la libertad de elegir
en esta materia.
También se ha sugerido una norma monetaria implementada legalmente
por la que debería emitirse a razón de un porcentaje anual que podría
oscilar entre un 3 y un 5% (Friedman, 1962: 242). Esto se haría sin un banco
central, ya que el mismo autor sostiene que “[l]lego a la conclusión de que la
única manera de abstenerse de emplear la inflación como método impositivo
es no tener banco central” (Friedman, 1972, 1979: 55). Como ya se ha hecho
notar, la decisión política de emitir, cualquiera sea el porcentaje, afectará los
precios relativos como consecuencia de aquella decisión y, dicho sea de
paso, no proporcionará información relevante a los operadores económicos
el hecho de que les sea anunciado con antelación el aludido porcentaje de
emisión puesto que, como también se ha apuntado, los precios no galopan al
son de determinado índice. Por más correlaciones que se encuentren entre
los ritmos de expansión y el comportamiento que en definitiva muestran los
precios, lo relevante es lo que sucede con los precios desde los primeros
276 ESTUDIOS PÚBLICOS
tramos del proceso inflacionario y los consecuentes desajustes que provoca.
Por otra parte, dejando de lado problemas estadísticos, la pretensión de
emitir al mismo ritmo que el crecimiento económico pasa por alto los
sucesos que hubieran tenido lugar y que no se manifestaron debido a que la
emisión los anuló. Manteniendo los demás factores constantes, un aumento
en la producción generaría una tendencia a la baja en los precios, lo cual,
por ejemplo, haría que aumenten las exportaciones, que se contraigan las
importaciones y una serie de fenómenos que no se producen debido, precisamente,
a que fueron anulados por la referida emisión. En otras palabras,
preguntarse qué bien (o bienes) debería ser elegido como moneda o qué
cantidad debería haber de dinero es, a este respecto, lo mismo que inquirir
acerca de cuáles deberían ser las verduras que deberían consumirse o qué
cantidad de vino debería producirse. La respuesta es la misma: lo que
prefiera la gente.
Reservas, bienes públicos y monopolio técnico
Un razonamiento similar es aplicable a la discusión sobre el sistema
muchas veces denominado “free banking” por una parte y la reserva total
por otra. El propio Hayek adhería al sistema del 100% de reserva (1937,
1971: 83) siguiendo la propuesta originalmente expuesta por H. S. Simons y
otros economistas de Chicago en noviembre de 1933 (1934, 1948: 57),
propuesta que Hayek vuelve a insinuar tangencialmente en su último trabajo
(1976: 94). La expresión “free banking” no siempre ha tenido una interpretación
unívoca en la literatura económica, es por ello que tal vez resulte una
expresión más apropiada la de “sistema monetario y bancario de mercado” o
simplemente “moneda de mercado” como he sugerido en otra oportunidad
(1985: 241 y ss.). En cualquier caso, la cobertura de reservas es materia
sobre la cual debe acordar el banquero con sus clientes. Cualquiera sea el
acuerdo, cada parte asume la responsabilidad de su contrato y los resultados
en el mercado serán fruto de fenómenos endógenos y no de imposiciones de
agentes extraños a las partes directamente involucradas. Es una posibilidad
que el mercado requiera el 100% de reserva en depósitos a la vista como si
se tratara de un depósito en custodia o en una caja fuerte, pero no parece
razonable el imponer el nivel de reservas por encima (o por debajo) de lo
que resuelvan las partes contratantes según sean sus propios intereses (me
explayo sobre el debate respecto de las reservas en 1982, 1992: cap. XXII).
Se ha sostenido que el dinero es un bien público y que, por tanto, se
continúa diciendo, no puede dejarse en manos de la producción privada.
ALBERTO BENEGAS LYNCH 277
Como es sabido, muchos son los autores que consideran el argumento de
los bienes públicos la base y el justificativo para la existencia del monopolio
de la fuerza (gobierno en el sentido tradicional de la expresión). Por
ejemplo, Olson (1965: 15) sostiene que “[e]l Estado es antes que nada una
organización que provee de bienes públicos para sus miembros, los ciudadanos”.
Se dice que las características de los llamados bienes públicos son,
por una parte, que una vez que se producen no pueden ser restringidos a
aquellos que pagan por el bien o el servicio en cuestión y, por otra, que el
consumo por parte de una persona no reduce el consumo disponible para
otra.
Veamos primero más de cerca algunos aspectos del concepto de bien
público antes de hacer comentarios específicos para el caso del dinero.
D. Friedman señala que prácticamente todos los bienes y servicios tienen
ingredientes de bienes públicos, lo cual ilustra con el caso de su propio libro
que considera contribuirá a que se viva en una sociedad más libre, cosa que
beneficiará incluso a quienes no hayan adquirido su libro (1973: 201), pero
de ello, dice el autor, no se desprende que el gobierno deba manejar la
industria editorial. Como he puesto de manifiesto en otra ocasión (1972,
1986: 141-45), nuestros propios ingresos son consecuencia, en gran medida,
de la acumulación de capital que realizaron otros. Rothbard muestra cómo
se critica la sociedad abierta porque algunos consideran que estimula el
egoísmo desenfrenado pero, sin embargo, esos mismos críticos se disgustan
cuando nuestros actos, además de beneficiarnos, benefician a terceros (1970:
886-89). En cualquier caso, Nozick explica que las externalidades positivas
que recibimos de otros, tales como el lenguaje y las instituciones, no autorizan
a que se nos obligue a pagar por ello (1974: 95). En muchos casos, al
abrirse el mercado, la creatividad y el ingenio internalizan externalidades,
como ha sido el caso de la invención del alambrado, la televisión codificada
o por cable, los sensores en las ballenas, el método que destaca D. Friedman
(1979: 402-3) de colocar letreros en las casas que contratan servicios de
protección, etc. De todos modos, de lo que se trata es de poner en la balanza
el propio beneficio de producir el bien o brindar el servicio, contra el
eventual fastidio que puede producir el que haya free riders. Como bien
explica Schmidtz (1991: 66), para la producción del bien en cuestión se
puede realizar un contrato a los efectos de conseguir los fondos necesarios y
asegurar que no serán desperdiciados puesto que sólo se utilizarán si se
consigue el monto total suficiente para ejecutar el proyecto, de lo contrario
las cláusulas contractuales pueden prever que los fondos serán devueltos.
No parece correcto afirmar que en el mercado la producción de los así
llamados bienes públicos estarán subproducidos puesto que no hay punto de
278 ESTUDIOS PÚBLICOS
referencia que se pueda tomar para fundamentar esta afirmación. El punto
de referencia estriba en la preferencia de la gente, por esto es que lo que
revela el mercado, en este sentido, es siempre óptimo (vid. Rothbard, 1970:
887 y ss.). También, aunque en otro contexto, Buchanan (1983, 1986: 95)
dice que
Si no hay un criterio objetivo para establecer la eficiencia de la
asignación de los recursos en el proceso de intercambio, entonces
todo acuerdo que se base en un intercambio libre y exento de fraudes
debería ser, por definición, eficiente.
Pongamos como ejemplo de lo que se considera un bien público la
iluminación de las calles. No se puede dejar de iluminar a los que no pagan
y el consumo de luz de uno no reduce las posibilidades de consumo de otro.
Pero en el caso del dinero hay incluso discusiones acerca de si se trata o no
de un bien público. White afirma que el dinero no reúne las características
de la definición de bienes públicos (1983, 1987: 350). Señala que el activo
monetario que posee una persona queda excluido del uso de otra (es decir,
lo paga quien lo usa) y que el servicio de liquidez que proporciona una
unidad monetaria no la puede consumir simultáneamente otra. White
(ibídem) dice que se ha pretendido argumentar en favor del monopolio
gubernamental del dinero sosteniendo que la uniformidad del dinero gubernamental
le otorga características de bien público, ya que reduce costos de
información respecto de la situación en donde el mercado proporciona
diversos tipos de moneda. Con razón White sostiene que esto se extiende a
todos los bienes y servicios, ya que “[e]s lo mismo que argumentar que
demasiadas posibilidades de elección dificulta la vida a los consumidores y
por ende deben eliminarse, y que el gobierno debe elegir por ellos” (ibídem).
Esto que apunta White es lo que sucede hoy en Cuba: para reducir
costos de transacción hay camisas floreadas iguales y de un mismo talle para
todos, helados de mango para todos, etc.
Por último, respecto de sostener que el dinero es un monopolio
técnico (llamado también monopolio natural aunque esta expresión se confunde
con un único abastecedor que se mantiene en el mercado sin regulaciones
de ninguna naturaleza en contraposición al monopolio artificial),
Selgin y Dowd (1988: 150 y ss.; 1989: 90 y ss.), entre otros, explican la
importancia de contar con un mercado monetario y bancario totalmente
desregulado para que la gente pueda elegir los tipos de moneda y las características
de las operaciones financieras en las que desean embarcarse. En
definitiva, puede contarse con un proveedor o varios, según sean las circunstancias,
lo cual seguramente variará según sean las modificaciones operadas
ALBERTO BENEGAS LYNCH 279
en la tecnología, pero, como se ha dicho, lo realmente decisivo es que el
mercado se encuentre abierto para que la gente pueda contar con los necesarios
reaseguros y resguardos, lo cual no sucede cuando se prohíbe la entrada
a nuevos participantes y, por tanto, se bloquea la competencia.
Conclusiones
La conclusión es, entonces, que si se desea contar con un sistema
monetario y financiero saneado, debería abrogarse el curso forzoso, la banca
central y desregular completamente todo el sistema. Esto implica también la
venta de la marca del ex-dinero gubernamental junto con todos los activos
vinculados a ese dinero (maquinarias, edificios de la ex-banca central, casa
de la moneda y similares). La falacia ad populum no debe ser óbice para la
aplicación de las medidas que se consideran necesarias; si nadie adopta una
medida no es argumento para su inconveniencia. Si no se tratara de una
falacia, la humanidad no hubiera pasado de los trogloditas en la cueva.
Tampoco tiene sentido afirmar que “en teoría algo puede ser conveniente
mientras en la práctica resulta contraproducente”. Esta afirmación pasa por
alto que la teoría es para interpretar y explicar los nexos causales subyacentes
en la realidad. Si la teoría es buena debe ser adoptada, si es inconveniente
deberá ser rechazada: nada hay más práctico que una buena teoría y nada
más malsano que la teoría que sostiene que no debe haber teoría. Sin duda
estas propuestas son hoy políticamente imposibles, lo cual quiere decir que
aún no hay un número suficiente de gente que comparta la idea, cosa que no
permite ejecutarla. Pero como ha subrayado Hayek, la función del intelectual
consiste en convertir una buena idea, que al momento es políticamente
imposible, en políticamente posible. En este sentido, nos parece oportuno
terminar con una cita de Hayek (1975, 1978: 229) en relación con el tema
que hemos venido tratando: “Espero que no se tarde mucho en comprender
que la libertad en utilizar la moneda que libremente se prefiere constituye
una marca esencial de un país libre”.
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